miércoles, 23 de mayo de 2018

Es preciso someterse rigurosamente a la disciplina de la duda metódica (Emile Durkheim)

lunes, 16 de septiembre de 2013

Lluvia sobre Macondo

Soy un punto encapuchado en medio de una ciudad gris, ojalá fuera Macondo, la fantasía...pero soy yo, un punto solitario bajo la garúa somnolienta.

martes, 3 de septiembre de 2013

Se viene la guerra





Dicen que se viene la Guerra
Yo los escucho sin creerlo
algo dentro de mí se resiste
Quién sabe, quizá sea sólo un deseo
Dicen que se viene la guerra, esa guerra de armas tomar
que matará más seres humanos
de los que ha devorado la Historia
Y yo aquí, no puedo evitar
sentirme un poco molesta
porque también han dicho
que si prefiero la Paz recibiré un balazo
o me dejarán sin dinero, que para ellos
es casi lo mismo
Pero señores, ustedes no son mis dueños, qué se han creído
acaso consideran
que porque tienen tomado a mi país
por la cola (y por el frente)
pueden decirnos lo que debemos pensar
¡Están completamente locos!
Hasta aquí llegamos. Qué les parece eso, vamos a ver
Valemos más estos millones de pobres diablos
que ustedes, millones de pobres diablos
pero en el sentido humano de la palabra.
Valemos más los que sufrimos el Hambre
Los atrapados en este corral de la sinvergüenza
Los mentidos por los corruptos
Los ocultos bajo la desventura de la falta de identidad
Los argentinos con su nube de egoísmo
Los negritos famélicos de Etiopía
Los sepultados por las ruinas
que dejan las bombas en Colombia
Los paceños que murieron
Los chilenos que apedrean la Moneda
Los cubanos en sus balsas de tristeza...
que un grupo insignificante de yanquis Exitosos
que oprimen un botón y reciben al valet
y le dicen “No, no way”
cuando se les pregunta si hoy harán su buen acto diario.

miércoles, 24 de julio de 2013

#ABUELAS

Las tocaron el aire con las manos:la nada.Hasta que finalmente los cuerpos comenzaron a cobijarse bajo sus brazos.

jueves, 4 de julio de 2013

Apúrate yanqui



Apúrate, yanqui
Que delante de tí corren las tortugas
Como pueden
Apúrate, yanqui
Porque las tortugas
Están pensando
En inventarse alas...

La promesa a la Bandera - texto para los niños de 4to grado



La Promesa de Lealtad a la Bandera es un momento muy importante en la vida de todo niño argentino. Pero también es muy importante que todos ustedes, chicos, comprendan de qué se trata todo esto que estamos viviendo hoy.
La bandera argentina, creada hace mucho tiempo por Manuel Belgrano, es el símbolo que mejor representa a nuestra patria, el lugar donde nacimos, el lugar que queremos y debemos cuidar todos los días, con fidelidad, nobleza y respeto. Es necesario querer y respetar a nuestra bandera, a nuestro país y también a todas las personas que viven en él. La bandera es el símbolo de los valores que nuestros héroes defendieron y por los cuales lucharon y sacrificaron sus vidas, más allá de los triunfos y las derrotas. Esos valores son la libertad, la tolerancia, la justicia, la igualdad, la paz y la solidaridad. Todos nosotros tenemos que luchar hoy por un país más justo, unido y solidario, con orgullo, alegría y emoción.
La Promesa a la bandera significa que realmente queremos defender a nuestra Argentina, y protegerla de todo daño que pueda sufrir. Debemos recordar que ante todo es la tierra que nos vio nacer, la que nos da día a día todo lo que nos identifica. Es un Juramento que hacemos, porque queremos ser ciudadanos leales a nuestro país, que nos ofrece libertad y nos da derechos. Y ésto lo logramos poniendo el corazón en la Argentina, así como lo ponemos para defender y amar a papá, a mamá, los hermanitos y el resto de la familia y amigos que forman parte de nuestra vida.
Este momento fundamental que estamos viviendo hoy nos hace sagrados como hombres y mujeres argentinos y nos recuerda que tenemos deberes que cumplir y derechos que disfrutar y hacer valer. Siempre. Y que todos juntos podemos hacer un país fuerte, si todos vivimos con ese objetivo, más allá de las diferencias y las distintas formas de pensar que tiene cada persona.
La Promesa a la Bandera simboliza nuestro presente, en el que día a día debemos construir la democracia que nos hace ser iguales unos a otros y nos deja tener el conocimiento que nos permite ser libres. También representa nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de todos los argentinos que nazcan en todos los años por venir. Un presente y un futuro de color celeste y blanco.

lunes, 24 de junio de 2013

El hombre que esperaba ver la muerte pasar



El letrero de la entrada es el mismo hace treinta años, y es casi tan lúgubre como la actividad que se lleva a cabo dentro del local. Sus letras descoloridas parecen entremezclarse con el olor profundo y algo nauseabundo de los nardos y los gladiolos -los que están y los que estuvieron. Por qué no, los que estarán. Todas las mañanas, una señora gorda y un tanto achacada por la edad se trepa a una escalera portátil y le da al letrero con una franela tan maltrecha como ella. A diario, dale que dale, la señora intenta -en vano­- sacarle algo de brillo al cartel, que lucha incansablemente contra la idea de relucir o llamar la atención.
Todo parece igualmente sucio y ajado en ese lugar, como si todas las cosas buenas -la alegría, la risa, los apretones de manos, las palabras positivas- hubieran decidido huir de allí desde el momento mismo en que apareció el instalador y colocó el anuncio: "Velatorios Pascual". Casi casi como si todas esas cosas hubieran estado esperando el momento de saber qué clase de negocio sería aquél, para definir su destino.
Al local se accede por una puerta estrecha, de madera, un poco derruida por la humedad y la falta de barniz. La puerta conduce a un breve pasillo oscuro, iluminado apenas por una bombita que pende en medio del techo. A un lado hay un salón pequeño -la oficina administrativa-, y un poco más atrás la sala velatoria, decorada totalmente en colores oscuros y sobrios, como corresponde a una sala velatoria que se precie de tal.
Yo tuve ocasión de entrar a ese horrible y patético lugar hace unos años, en circunstancias que prefiero no recordar demasiado. Sin embargo, diré que trabajaba para un periódico local, y me enviaron a cubrir el velorio de una mujer que había ahogado a su hijo recién nacido y luego se había suicidado... algo típico para mi profesión pero que -tengo la absoluta certeza- recordaré por el resto de mi vida, aunque parezca gracioso, por el pestilente olor de las flores que había enviado el marido de la difunta. ¡Y eran flores frescas!! Mi estupor, un poco menor que mi asco, me llevó a abandonar el velatorio ­dejando la nota vacante- y a perder, lógicamente, mi puesto en el periódico. Desde aquel momento, para mí el olor de la muerte se identifica con Velatorios Pascual.
En fin, el caso es que hace más de dos años vengo pasando cada mañana por la puerta del lugar, y por tal motivo asisto siempre al mismo espectáculo, el cual me ha dado la idea para escribir esta historia, aunque había jurado que mis tiempos de cuentista habían acabado ya.
Pues bien, resulta que Don Pascual -el dueño de la casa velatoria- a la hora de apertura del comercio se para muy derechito en el jardín delantero, las manos entrelazadas tras la espalda y la mirada escrutadora, expectante. Incluso cuando llueve o hace demasiado frío, Don Pascual invariablemente mira hacia fuera, protegido de las inclemencias del tiempo tras la ventana de la oficina. Al principio, yo creía que el hombre no tenía más motivación que la de no aburrirse mientras esperaba que le cayera algún "cliente". (Después de todo... ¿qué es un muerto para una pompa fúnebre, sino un cliente?). Sin embargo, al paso de los días, los meses y estos dos años de invariable actitud... no me ha quedado más remedio que concluir que Don Pascual espera cada mañana "ver a la muerte pasar". Sí. El viejo ya no espera que repique el teléfono y algún ser acongojado requiera de sus servicios, ya no espera tener que acondicionar la sala para recibir a algún pobre infeliz que tuvo la desgracia de morirse a los ochenta... él espera, simplemente, que esa mujer misteriosa pase y lo salude... o lo que es mejor, tener él la oportunidad de saludarla, desenlazando los brazos que reposan sobre su espalda y agitando los dedos levemente. Tantas noches y tantos días ha pasado Don Pascual velando muertos ajenos, encontrándose directamente con la cara de la muerte, que para él la muerte ya es como una amiga, como una buena conocida a la que debe aguardar cada día, a cada instante... porque si ella no existiera o se resistiera a instalarse en su local seguramente su vida ya no tendría sentido, y no le quedaría más que echarse en un sillón a soñarla... pero a soñarla, esta vez, para sí mismo. Porque, olvidé aclarar, hace años que para Don Pascual la casa velatoria es absolutamente todo lo que tiene en la vida.
Seguramente pronto vendrá un día en que la Muerte -esa desagradable costumbre que tenemos los seres humanos- por fin acertará a pasar delante de Don Pascual, pero no lo saludará agitando los deditos flacos en actitud cómplice... sino que se parará delante del viejo y lo envolverá en un gran abrazo... tantos años de compartir sus existencias y tantos años para por fin encontrarse el uno al otro... en un abrazo irremediable.
Y eso, seguramente, habrá de suceder una mañana de éstas... una mañana, porque está claro que si Don Pascual espera a la Muerte cada mañana, ella no será tan tonta de ir a visitarlo justamente cuando él esté en otro lugar. Eso sí que lo sabemos todos: la Muerte, cuando busca llevarse a alguien, sabe muy bien dónde encontrar lo, aunque el susodicho se esconda. Nunca falla, la guacha.